Por: Jesús Santrich
A Sonia, prisionera del imperio
Desde el subsuelo de mi alma;
desde la atalaya de mis esperanzas,
desde los arraigos de mi fe
en tus puras causas de pueblo
te profeso mi amor:
amor de pólvora y obuses
a tu osado ser de combatiente,
¡camarada!
¡compañera!
En el verde bosque y el rastrojo
escucho el vuelo de tu risa
y de tu voz hermana
de la voz del monte
y del relámpago
y del acero…, tu voz.
Humeante fusil de ideas
en la trinchera de las convicciones
dispara…
porfía…,
arenga…,
vence la distancia,
las infamias…,
y las rejas
desde tus libres manos campesinas,
guerrilleras.
Tu nombre de fuego,
compañera,
me sabe a libertad de pueblos,
camarada;
por eso te canto desde las trincheras
por eso te canto en las barricadas;
canto a tu decoro
que se me vuelve trigo,
y agua
y pan
que germina de tus pechos.
A tu dolor por la tristeza ajena canto,
canto a tu bucólica presencia encarcelada.
Con la mirada del sol
y el aliento de la luna
te entrego mi amor sin condición,
mi firme credo en tus razones
mientras
contra la infamia del imperio
canto…,
tomando la voz de tu rebeldía,
mi valiente guerrillera,
mi camarada:
por la redención de los pobres
es que te declamo
y canto.
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