Los ojos de Marulanda eran penetrantes también, como los del Che; ojos de indio, escrutadores. Su voz tranquila y firme; su voluntad de acero, como la del Che.
Es que cada hombre es irrepetible y único, cierto, pero hay hombres que representan una época, un pueblo, una humanidad. Los ideales de justicia y paz germinan en diferentes personas muy parecidas en cualidades: siempre revolucionarios.
El Che, nacido en Argentina, hijo de una familia acomodada, viajero incansable, se suma a los hombres de Fidel que, partiendo de México desembarcan en Cuba. Ahí da inicio una guerra revolucionaria que, como feliz excepción respecto a procesos históricos del mismo tipo, dura apenas dos años.
La revolución cubana triunfa y nace el Che, el comandante, el hombre que demuestra con su ejemplo que la moral revolucionaria es el mejor estímulo para la construcción de una sociedad justa.
En otro punto del continente, en la Colombia de Bolívar, Marulanda, un sencillo campesino al frente de un puñado de guerrilleros simiente de las actuales FARC, enfrentaba exitosamente la arremetida bélica del plan gringo llamado LASO (Operación de Seguridad para América Latina, por sus siglas en inglés).
El Che estaba enterado de ello, y mencionaba a Marulanda como ejemplo de lucha en el continente.
Asesinado por órdenes de la CIA en 1967, tras ser capturado en combate por el ejército boliviano, el Che es icono indiscutible de la juventud revolucionaria.
Marulanda sobrevivió al Che más de cuarenta años. Murió en marzo de este año, después de haber construido un ejército guerrillero, el más numeroso del mundo, las FARC, tan calumniadas por la derecha y, desgraciadamente, por algunos sectores de la izquierda también.
En los años de la revolución cubana, la existencia del bloque socialista en Europa, y el contrapeso efectivo que éste significaba al poder estadounidense, atenuaban en algo la percepción que podía tenerse sobre el movimiento insurgente en América Latina y el mundo.
Hoy, la llamada Guerra de Cuarta Generación (comunicacional) estadounidense se ha encargado de manchar la imagen de la insurgencia, presentándola como terrorista (que lleva a cabo acciones de violencia indiscriminada) y narcotraficante.
No ha sido poca la gente que desde la izquierda aprendió a repetir esa fórmula sin cuestionar su veracidad, por comodidad quizá. Son los mismos que pintan al Che como una especie de santón romántico. El Che, sin embargo, era un hombre de carne y hueso –una necesaria verdad de Perogrullo—, con errores y virtudes, pero capaz de entregar la vida por los pobres de la tierra.
Ambos, el Che y Marulanda, eran revolucionarios. Hoy, 8 de octubre, vale hacer esa sencilla y, en apariencia, obvia precisión.
Hoy conmemoramos el día del guerrillero heroico junto a los heroicos guerrilleros que luchan en todo el mundo contra el imperialismo. Hoy rendimos tributo a todos aquellos iraquíes, afganos, mexicanos, palestinos, kurdos, vascos, colombianos y, en fin, hombres y mujeres de todo el mundo que, como Marulanda y el Che, no aspiran a otra cosa que no sea dejar su ejemplo como patrimonio y herramienta de lucha para conseguir un mundo de paz y justicia social.
Este 8 de octubre ambos comandantes, el argentino y el colombiano, ambos patriotas de nuestra América, se dan un abrazo de hermanos, de valientes. Ese abrazo alcanza a todos los que han dado su vida, a los que la dan diariamente en selvas, montañas y ciudades, por la libertad.
Salud, comandantes.
Salud, combatientes de nuestros días.
Ramón Alba
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