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LA NIÑA / EL GRITO

Coincidencias de la vida: al tiempo en que el gran poeta palestino Mahmud Darwish escribía los siguientes versos en la ciudad palestina de Ramala, yo me encontraba en Gaza entrevistando para este periódico a los niños supervivientes de la familia Galia. Corría el mes de agosto de 2006. La guerra se sucedía tanto en la franja como en el Líbano.

Tratando de huir del calor del campo de refugiados de Yabalia, dos meses antes la familia Galia se había dirigido a la playa. Una patrullera israelí disparó desde el Mediterráneo matando a dos miembros de otra familia. Asustados, los Galia se pusieron de pie y emprendieron la huída hasta que un nuevo proyectil terminó con la vida de siete de ellos dejando sus cuerpos esparcidos por la arena.

Un crimen brutal, sin explicación, que estremeció a millones de telespectadores en todo el planeta gracias a las imágenes grabadas por mi admirado colega Zakaria Abu Harbid, de la agencia Ramattan. Un cámara valiente, gravemente herido en 2001 y ganador en 2006 del prestigioso premio de la fundación Rory Peck.

Claro que no faltaron los pseudo informadores que desde la cómoda distancia de sus redacciones intentaron negar lo ocurrido, en una abierta ofensa a la profesión y, sobre todo, a los muertos. Ya lo habían intentado con el pequeño Mohamed Durra y lo volverían a intentar con la segunda masacre de Qaná, pues la capacidad para la infamia parece no tener límites. Una investigación realizada en el terreno por Human Rights Watch descubriría, otra vez, sus mentiras.

Las imágenes de la pequeña Juda Galia gritando junto al cuerpo sin vida de su padre sacudieron las conciencias del mundo, aunque no lo suficiente, pues en estos tres años una y otra vez los gritos cargados de horror se han levantado hacia el impasible cielo de Gaza.

LA NIÑA / EL GRITO

En la playa hay una niña, la niña tiene familia

Y la familia una casa.

La casa tiene dos ventanas y una puerta...

En el mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan

Por la playa: cuatro, cinco, siete

Caen sobre la arena. La niña se salva por poco,

Gracias a una mano de niebla,

Una mano no divina que la ayuda. Grita: ¡Padre!

¡Padre! Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.

El padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,

No responde.

Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.

La lleva en volandas la voz más alta y más lejana de

La playa. Grita en la noche desierta.

No hay eco en el eco.

Convierte el grito eterno en noticia

Rápida que deja de ser noticia cuando

Los aviones regresan para bombardear una casa

Con dos ventanas y una puerta.

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