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Cuba resiste, 47 años después de los bombardeos de EE.UU.

Por: Roberto Pérez Betancour

El 15 de abril de 1961, aviones B-26 enmascarados con insignias de la Fuerza Aérea Cubana bombardearon dos bases aéreas y un aeropuerto civil en Cuba, preludio de la invasión mercenaria que el gobierno de EE.UU. lanzaría en la madrugada del día 17.

Se abría nueva página de agresión terrorista de estado con en la añeja y frustrada intención norteamericana de apoderarse de la Isla. Preludiaban nuevos días de muerte y opresión contra los antillanos, demencial política que prevalece, encarnada hoy en la administración de George W. Bush, quizá la más despiadada de cuantas hayan ocupado la Casa Blanca.

El 13 de abril agentes entrenados por la Central de Inteligencia Norteamericana (CIA) en Cuba, sabotearon y destruyeron El Encanto, la mayor tienda por departamentos de la ciudad de La Habana, donde pereció la trabajadora Fe del Valle.

Por esa fecha ya navegaban las embarcaciones de guerra norteamericanas con mercenarios y asesores yanquis para invadir por Playa Girón (Bahía de Cochinos) en la madrugada del 17.

Ocho aviones despegaron de territorio norteamericano, en formación militar de tres, tres y dos. La llamada misión “Linda” atacó la base aérea de San Antonio de los Baños, “Puma” ametralló Ciudad Libertad --ambas en La Habana--, “Gorila” lanzó su carga mortal sobre el aeropuerto de Santiago de Cuba, en el sur de la zona oriental.

Mientras eso ocurría, un mercenario aterrizaba su avión en Miami, con un solo motor y después entregaba una declaración en la cual hacía constar falsamente que los ataques en Cuba eran obra de pilotos desertores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Las agencias de prensa la difundieron en el mundo.

Después se sabría que el documento había sido redactada por la CIA. Hechos posteriores revelarían que cuatro aviones derribados en Cuba estaban tripulados por pilotos de la Agencia: Thomas Willard Ray, Leo Francis Baker, Riley W. Shamburguer y Wade Carrol Gray. Fiel a la práctica de reportar noticias agradables a oídos de los jefes, a media mañana del propio día 15 el centro de operaciones en Langley, Virginia, recibió un parte preliminar en el que se afirmaba que la Fuerza Aérea de Cuba había sido destruida totalmente. Esa nota triunfalista les ocasionaría tribulaciones a sus autores, que no podrían explicar cómo aviones fantasmas les hundieron barcos y lanchas, y les derribaran varios B26 durante la invasión mercenaria, liquidada en 66 horas.

El lado tragicómico se escenificaría en la base norteamericana de Opa Locka,en la Florida,a donde la CIA había trasladado a dos fantoches previamente designados para ocupar los cargos de Primer ministro y Ministro de Exteriores del gobierno que EE.UU. instalaría en Cuba, una vez derrocada la Revolución.

En la o­nU, el viejo Adlai Stevenson hacia el ridículo cuando negaba toda participación de su gobierno en los bombardeos. Seguiría mintiendo, aun cuando el verbo encendido del canciller cubano Raúl Roa mostrara pruebas irrefutables en contra.

Poco después de sufrir el ataque aéreo, el Gobierno Revolucionario daba a conocer al mundo su primer comunicado en el que llamaba a cada cubano a "ocupar el puesto que le corresponde en las unidades militares y puestos de trabajo."

El documento, firmado por Fidel, dejaba sentado cuál era la decisión del pueblo: "Si este ataque aéreo fuese el preludio de una invasión, el país en pie de lucha resistiría y destruiría con manos de hierro cualquier fuerza que intente desembarcar en nuestra tierra".Y concluía: "La Patria resistirá a pie firme y serenamente cualquier ataque enemigo, segura de su victoria".

Al día siguiente, en el acto de sepelio de los caídos en aquel ataque terrorista, Fidel Castro anunció el carácter socialista de la Revolución cubana.

En la conciencia popular, como clarín de alerta, vibraba la imagen heroica del miliciano Eduardo García, víctima de la agresión, quien antes de morir escribió con su sangre el nombre de Fidel, y así transmitió a sus compatriotas un mensaje multiplicador de energía.

Así siguen las generaciones de cubanos, en apretado haz de resistencia frente a nuevos y diversos actos terroristas del gobierno de EE.UU., de pie y combatiendo, 47 años después.

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