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¿A quién sirven los marxistas?

Ferran Fullà

El marxismo es una herramienta de conocimiento social que sólo puede ser asimilada, manejada y enriquecida por aquella parte de la sociedad vitalmente interesada por acabar con la opresión y la explotación clasista. De hecho, se ha convertido en la primera teoría social capaz de explicar científicamente su ligazón con una clase, el proletariado, y con los países oprimidos. Por esta razón, las clases explotadoras no pueden hacer otra cosa que combatirlo, aunque a veces se inspiren en alguno de sus elementos, como el recurso a distintas formas de socialización de la propiedad, ya sean las nacionalizaciones, hace décadas o el accionariado popular, más tarde.

Todas las demás teorías científicas han nacido vinculadas también al desarrollo de una u otra clase social. En los siglos XVII y XVIII, la aparición de las modernas ciencias de la naturaleza fue inseparable del ascenso de la burguesía como clase que necesitaba apoyarse en esas ciencias, desgajarlas de la mezcla de conocimientos prácticos, creencias mágicas y religiosas que dominaron en siglos anteriores, para edificar un tipo de sociedad capaz de revolucionar constantemente la producción, gracias a las innovaciones técnicas. Muchos científicos pagaron con la vida su audacia de poner en duda las creencias del viejo mundo feudal. Sólo más tarde, con el feudalismo casi barrido de la Tierra, la física, la química o la biología han pasado a ser patrimonio común de la humanidad.

Pero en el caso del marxismo existe una relación mucho más estrecha con el proletariado. Mientras la burguesía podía teñirse de mentalidad y política feudales y reducir el impacto revolucionario de las ciencias naturales al terreno exclusivo de la técnica y la producción, los trabajadores dependen totalmente del marxismo para alcanzar el poder y avanzar en su liberación: ninguna otra teoría social guió las dos grandes oleadas revolucionarias del siglo pasado ni inspira hoy en día la construcción de un socialismo embrionario en una serie de países que engloban a más de la quinta parte de la humanidad.

No puede haber, pues, movimiento obrero plenamente consciente de sus in­tereses que no sea marxista, y el marxis­mo, o las tesis teóricas de los comunis­tas -como señalan Marx y Engels en "El Manifiesto"- "no se basan en modo algu­no en ideas o principios inventados o descubiertos 'por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desa­rrollando ante nuestros ojos".

A pesar de sus errores y retrocesos, de la misma confusión que hoy existe sobre la utilidad del marxismo, ninguna otra concepción del mundo y teoría social puede atribuirse la repre­sentación de los intereses del proleta­riado durante más de un siglo y a esca­la mundial.

LA VERDAD DEL MARXISMO ESTA EN LOS HECHOS

Para establecer su vínculo esencial con el movimiento obrero, el marxismo te­nía que dar una respuesta satisfactoria al viejo problema filosófico de la rela­ción entre teoría y práctica, entre pen­samiento y acción: ¿en qué consiste la verdad de una teoría?, ¿de dónde provienen las ideas?. Y esto es algo que la burguesía revolucionaria no podía resolver puesto que, para instaurar su poder y mantenerlo, tenía que jugar con doble baraja: defender el principio de igualdad, como derecho igual para to­dos a ser patrón u obrero, como identi­dad de derechos para todas las naciones, por un lado, y, por otro, hacer lo nece­sario para que la minoría de patronos imponga su ley a la mayoría de obreros, y para que las naciones más fuertes opri­man a las más débiles.

El marxismo, en cambio, puede pro­clamar ese principio revolucionario que la burguesía sólo acepta en el terreno de las ciencias naturales: la ver­dad de toda teoría está en los hechos. De esta manera, el marxismo -o el movimiento marxista- es capaz de encajar, sin desmoronarse, los cambios constan­tes en la realidad, y puede dar cuenta de sus mismos errores cuando una expe­riencia práctica concluyente deja en fal­so algunos de sus planteamientos.

Al afirmar que la práctica es, por regla general, lo determinante, la fuente de que nace todo pensamiento, y el rasero por el que se mide la verdad de éste, el marxismo es materialista y está a la es­cucha de la realidad.

Y gracias a este materialismo, el movi­miento marxista o una parte de él ha escapado una y otra vez de la tenta­ción dogmática, se ha orientado en las situaciones más difíciles y complejas y ha actuado en consecuencia. Tal fue el caso de Lenin cuando defendió la posibilidad de tomar el poder en un país atrasado, frente a aquellos marxistas que repe­tían que la revolución te­nía que empezar en el occidente capita­lista desarrollado porque así lo había es­crito Marx.

UNA GUIA PARA LA ACCIÓN

Pero si la verdad no está en la cabeza de la gente, sino que se mani­fiesta por medio de la práctica, ¿cómo puede el pensamiento mandar, dirigir, o guiar la práctica? He aquí un asunto en el que se embrollan muchos intelectua­les críticos, espiritualmente marxistas. Algunos sostienen que el análisis marxista no puede determinar ninguna línea de acción y sólo sirve de estímulo moral al revelar la miseria de hoy y permitir vislumbrar un futuro libre para la humanidad. Nos pro­ponen, de hecho, que dejemos en manos de otros el tomar las decisiones prácticas políticas y económicas, con lo cual volvemos a encontrar la vie­ja impotencia de la burguesía revolucio­naria para ligar teoría y práctica.

El movimiento marxista, en cambio, sostiene que la teoría recoge las leyes según las que se mueve una sociedad, o sea las formas regulares con que apare­cen, se desarrollan, se influyen entre sí y mueren los diferentes ingredientes de la sociedad: las clases, el Estado, los fac­tores económicos, las ideas y comporta­mientos,..., y gracias a ese conocimiento extraído de la práctica se puede orientar la misma práctica de una manera mucho más precisa, mucho menos ciega que antes para que concuerde con el movi­miento de la sociedad y facilite el naci­miento de lo avanzado, en vez de opo­nerse a su despliegue. En esto radica en general la función de guía para la acción que posee la teoría marxista.

DIALÉCTICA Y REVOLUCIÓN

Ahora bien, hay algo más que añadir respecto de la influencia del pensamien­to sobre la acción y la realidad social: en ciertas condiciones, el papel deter­minante no lo desempeña la práctica sino pre­cisamente la teoría, el pensamiento. Por ejemplo, la práctica revolucionaria de los trabajadores es anterior al nacimien­to del marxismo, pero, por tratarse de una práctica influida por las distintas corrientes burguesas o pequeño burguesas revolucionarias, no podía llevar al movimiento obrero hacia la victoria. Entonces, la aportación teórica de Marx cumplió una función determinante cu­yos resultados se empezaron a obtener en el siglo XX.

Esto nos lleva a una reflexión más ge­neral. Por lo común, es el funcionamien­to economicosocial (las condiciones objetivas) lo que se impone sobre la disposición conscien­te de los hombres para cambiar la socie­dad (las condiciones subjetivas). Pero, a veces, ocurre exactamente lo contrario: la acción consciente de una o más clases trastoca el funcionamiento social y genera una nueva sociedad. Lo subjetivo pasa a ser objetivo: un rasgo típico de las situaciones revolucionarias, a las que el marxismo es capaz de responder porque concibe la realidad como unidad de dos aspectos opuestos en constante movimiento, en que ambos aspectos se condicionan, se influyen mu­tuamente, y en que, bajo ciertas circuns­tancias, el aspecto normalmente secun­dario se convierte en su contrario, pasa a ser el principal.

MARXISMO Y LUCHA DE CLASES

Y el marxismo ¿acaso no es una uni­dad de contrarios? Sí, lo es. Es una uni­dad de teoría y práctica, de teoría y mo­vimiento de clase. Pero también es una unidad de corrientes diversas. Lo fue en la II Internacional entre socialistas de varias tendencias, fundamentalmente entre reformistas y revolucionarios, antes de que esta unidad estallase a raíz de la I Guerra Mundial y de la victoria de la Revolución de Octubre. Lo fue incluso en la III Internacional, mucho más uni­ficada. Y más tarde, la oposición entre estas diferentes tendencias se agravó has­ta llegar al conflicto abierto entre ellas y a sucesivas rupturas de la unidad ante­rior. Entre las causas que provocaron tales divisiones están las actitudes dog­máticas -como se dijo antes- y empiristas (que sólo ven los hechos aislados entre sí), y está la incomprensión de la unidad de los contrarios por ejemplo, de la uni­dad entre lo subjetivo y lo objetivo. A veces, una parte del movimiento marxista, rechazando la necesidad del golpe de timón de las fuerzas revolucionarias, ha reducido el cambio social a la madura­ción de las condiciones objetivas. Su determinismo le ha convertido en espectador de la revolución o, aún peor, en cómplice de los reaccionarios. En otros casos, ha habido marxistas que creyeron que la revolución estaba al alcance de la mano, que los revolucionarios po­dían apretar a placer el acelerador de la historia y provocar el cambio a medida de su voluntad y su esfuerzo. Y ese vo­luntarismo, esa fe ciega en la fuerza de lo subjetivo, los ha aislado de los traba­jadores o, incluso, ha dado pie a que fuesen manipulados.

En general, para el marxismo como para las ciencias naturales, es inevitable la aparición de puntos de vista distintos ante nuevos problemas y situaciones, lo cual da lugar a varias ten­dencias, opiniones o enfoques dentro de la unidad básica del movimiento marxista. Pero a diferencia de las ciencias natu­rales, excepto en parte la biología, el marxismo está sometido al fue­go directo de la lucha de clases, y aque­llos puntos de vista que no concuerdan con la realidad se convierten a veces en agarradera de las clases explotadoras para utilizar una parte de la teoría y del movimiento marxista en beneficio pro­pio. De ahí que, en ciertos momentos, el desarrollo histórico del marxismo se manifieste en rupturas abiertas de su unidad.

Pero, gracias a su ligazón esencial con la clase obrera y con el movimiento de emancipación de los pueblos, a su concepción dialéctica del materialis­mo, el marxismo ha ido superando las visiones miopes, deterministas o voluntaristas, dogmáticas o empiristas, derechis­tas o izquierdistas que constantemente lo acechan. Ha trazado en cada circunstancia histórica una frontera tajante con las posiciones más dañinas para el progreso del socialismo nacidas de sus mismas entrañas, y ha enriquecido su patrimonio en cada una de estas rupturas.

Ante cualquier partido o pensador que proclame su adhesión al marxismo, siempre se debe preguntar a quién sirve hoy en concreto.

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