Por: Rebeca Eliany Madriz Franco
Tras la norma del Consejo Nacional Electoral de Venezuela para postulaciones a las próximas elecciones regionales de Diciembre que impone en su artículo 16 postular candidaturas bajo el principio de paridad y alternabilidad de género, los resultados de las inscripciones, por primera vez en la historia Patria, reportaron el tan anhelado 50/50 de Participación Política, al registrarse 2.598 Mujeres como candidatas a los cuerpos colegiados que estarán en disputa, del total de 5.225 inscritos, lo que se traduce en aproximadamente un 49,73% de Mujeres y un 50,27% de Hombres. Se trata de la materialización de una de las principales banderas de los Movimientos de Mujeres en todo el mundo: el acceso de las Mujeres a los espacios de toma de decisiones, en las mismas condiciones y proporción que los hombres. Debe señalarse con especial atención, que no es casual que tal decisión tenga lugar en el momento en el que máximo órgano electoral del país, está integrado por 3 mujeres de los 5 miembros principales que lo conforman.
La Paridad Política representa más allá del simple hecho reivindicativo una nueva ventana de oportunidades para el proceso político Venezolano, que genera nuevas perspectivas de avance, ya que puede ser, potencialmente, el inicio de los tan esperados cambios cualitativos que desde hace años reclamamos las Mujeres en la Revolución Bolivariana.
Con lo anterior no pretendo hacer ver que las mujeres sean o no mejores que los hombres, o sean buenas y los hombres malos, de lo que se trata, y así ha sido demostrado en los grandes procesos históricos, es que a mayor grado de participación de la mujer, mayor es el avance de los procesos liberadores, pues la naturalización de la opresión que el sistema patriarcal y el capitalismo ejercen sobre la mujer, impide el pleno ejercicio de las capacidades y de los substanciales aportes que puede dar la mujer a la liberación, no sólo de su género, sino fundamentalmente de la clase. Mucho se ha discutido sobre el hecho de imponer o no la paridad, de decretar o no que las mujeres, como los hombres, accedan a los espacios de poder en igual número.
Sin embargo, esas contradicciones tienen que ser superadas, porque la realidad, y así lo vivimos día a día, es que por más “avanzada” que pueda ser un organización política en la materia (lastimosamente no es el caso Venezolano), hay un muro de contención que sigue manteniendo maniatadas a las mujeres, porque convergen en el tema una serie de elementos que diversifican la discriminación, y cuyas expresiones cotidianas pudieran pasar desapercibidas, pero ATENCIÓN: se banaliza, subestima, y menosprecia, el sacrificio que para una mujer significa, ser una activa militante revolucionaria.
Los ejemplos abundan, compañeros que ante la subordinación a una mujer, reaccionan desproporcionalmente inconformes e insubordinados. Otros que te dan un espaldarazo cuando es obligatorio dedicarse a lo que para ellos le corresponde a una mujer (hogar, familia) y con una palmadita en la espalda te despiden de la escena para zafarse de lo impertinente que resulta una mujer en la política. Compañeros que banalizan los aportes políticos de una mujer, más aun si son teóricos, pues para ellos ciertamente las mujeres utilizamos el cuerpo, pero no el cerebro.
La casual conversación “urgente” que se asoma en una reunión política cuando las mujeres tenemos la palabra, es costumbre para muchas de nosotras. La exigencia de una militante política mujer es exactamente igual a la de un hombre, con la diferencia de que el hombre, no tiene que atender las múltiples ocupaciones que una mujer. Sin contar aquel que a la hora de saludar, pregunta al del lado que opina de la situación geopolítica internacional, mientras a la compañera le extiende el respectivo: que bonita camarada… Así como no falta algún compañero que denuncie las desviaciones ideológicas (feministas) de quienes abrazamos e insistimos que se valore esta lucha en su justa medida, y se comprenda que el origen de la misma es la aparición de la propiedad privada, por lo que la emancipación de la mujer es inseparable de la lucha de clases. Si bien lo anterior puede valorarse como intrascendente cuando se plantea el riesgo de retrogradar en un proceso como el Venezolano, no es menos cierto que para las mujeres es un manto que impide ver el brillo de ese diamante (hasta ahora en bruto) que es una militante revolucionaria, que se desgasta la mística de sacrificio por ese mundo mejor, que si no hay una propuesta alternativa para las mujeres entonces se pierde el empuje de la mitad de la clase, la cual se hace indispensable para la lucha contra los explotadores. El potencial político y moral de la mujer, es necesario para romper las cadenas de la opresión.
Los errores históricos han cobrado con creces este error de las “izquierdas” de subestimar el protagonismo de las mujeres, pues ha contribuido a seguir atomizando y desarticulando a la clase trabajadora, y además a empujado a muchos sectores y movimientos de mujeres a fundirse con sectores de la burguesía bajo una supuesta “autonomía” de Partidos Feministas, que terminan convirtiéndose en instrumentos para dispersar las luchas de nuestros pueblos. No puede afirmarse que este avance sea la cura de nuestros males, pues como bien señaló José Carlos Mariátegui, en el actual panorama humano “la clase diferencia a los individuos más que el sexo”; sin embargo, es un indiscutible paso al frente que reafirma el carácter revolucionario del Proceso Político Venezolano.
Las mujeres hemos sido castradas en el escenario público, y por ende político, de allí que hasta
hoy estemos atadas a la obligación de una labor cuyo valor no se reconoce y que sin embargo, es indispensable, para el desarrollo social, a la par de que produce un desgaste, humillación, embrutecimiento, y monotonía que torna bastante gris, el impacto que ejercemos sobre la vida política, económica, social y cultural. En este sentido, nadie mejor que las mujeres para tomar las riendas de del principal cerco que limita el desarrollo integral de nuestra personalidad.
Nuestras leyes, formuladas principalmente por hombres, son contentivas de profundas inequidades imperceptibles en muchos casos, inclusive, por los elementos más consecuentes e identificados con los intereses del Pueblo. Por lo tanto, el reconocimiento de la Paridad Política, es el primer paso para el ejercicio real de lo que nos corresponde: “incidir de manera directa en los profundos cambios que requiere una sociedad como la nuestra”.
La Paridad Política no es una dádiva para la Mujer Venezolana, pues aguas abajo la participación de la mujer ha sido a lo largo de la Revolución Bolivariana mayoritaria que la de los hombres, y es hasta ahora que en ejercicio de ese legítimo derecho, se expresa con mayor claridad la proporción real de ese papel protagónico.
Finalmente, hay que exhortar a las Compañeras, Luchadoras, Revolucionarias, que hoy son candidatas a estos espacios de participación, a ser portavoces de las más profundas inequidades de las cuales somos víctimas, a comprometerse en una batalla campal contra la violencia, por el reconocimiento de nuestros derechos humanos, el reconocimiento real del trabajo doméstico como actividad económica, el ejercicio pleno de nuestra sexualidad, el acceso a la educación, a la salud, a empleos dignos; a contribuir a crear las condiciones para enfrentar los obstáculos culturales y políticos por venir, que seguramente necesitarán de mujeres conscientes, organizadas, unidas y movilizadas contra las agresiones del enemigo interno y externo; a demostrar nuestra condición “doblemente revolucionaria”, bajo la consigna: “MUJERES POR EL SOCIALISMO, CREANDO PODER POPULAR”.
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